Las cárceles, una vergüenza a la vista
Cuando se habla del “viejo modelo carcelario” en el país puede quedar la falsa impresión de que, por el mote que lo acompaña, se trata de una tendencia minoritaria en los reclusorios a escala nacional, pero no lo es.
Este denominado “viejo modelo” predomina en el sistema penitenciario al punto que de 35 centros de reclusión de personas en conflicto con la ley, 23 corresponden a la forma más arraigada y penosa de sustraer a una persona de la sociedad y 12 a Centros de Corrección y Rehabilitación, agrupados como “nuevo modelo”.
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De acuerdo con una información que publicamos aparte en esta edición, el peor de estos dos modelos alberga a más de 14 mil personas.
Y no es que estemos abogando por la reclusión de los convictos por crímenes y delitos en resorts lujosos, en los cuales las únicas privaciones sean las libertades de movimiento y vida social.
Pero tampoco deben ser estercoleros, como suelen describirlos familiares de reclusos y por lo menos un funcionario: el director de la Defensa Pública.
Este hecho, irrebatible por cierto, contraviene el derecho a la dignidad, que se encuentra en el artículo 38 de la Constitución, y el de la presunción de inocencia —también constitucional, artículo 69-3— en el caso de los presos preventivos, que de acuerdo con datos de la Defensa Pública es nada menos que el 52 por ciento de la denominada “población carcelaria” dominicana.
Esto debería ser una vergüenza hasta para la opinión pública, articulada o no, en ocasiones razonablemente quisquillosa cuando presume cualquier violación de los derechos civiles y políticos.
La reinserción de los reclusos en el cuerpo social sólo es posible sobre la base de un proceso de educación sostenido. Lo otro es el camino del miedo, que por lo visto no es efectivo.
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