¿Cuál es tu ancla?
El ancla. Así lo llamo. Y es tan sencillo como que todos debemos tener un punto de referencia en nuestra vida, ese lugar, persona, momento… al que poder recurrir cuando perdemos el norte o que nos sirve para aferrarnos cuando ninguna otra cosa funciona.
Es aquello que nos mantiene con los pies en la tierra, nos enfoca y nos recuerda lo valiosos que somos. Cada uno desarrollamos un ancla, a veces no le ponemos nombre, no hace falta, pero sabemos que está ahí y eso nos da mucha paz. Y si nunca lo había pensado es quizá el momento para verbalizar cuál es la suya y valorarla en su justa medida.
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En la vida se nos ofrecen muchas oportunidades de equivocar al camino. Muchas las rechazamos, otras no. Y cuando eso nos lleva al lugar en el que no queremos ni debemos estar, hay que encontrar la forma de salir y regresar a nuestra zona de confort.
Y es ahí cuando el ancla nos recuerda lo que somos, de dónde venimos, lo que valemos y que hay muchas personas que nos quieren. A veces, lo olvidamos.
Y en ese mismo instante todo empieza a cobrar sentido, y allá donde no se veía la salida se empieza a vislumbrar, porque hemos regresado a ese lugar que nos ha dado la fuerza para hacerlo. No somos islas, no somos perfectos y mucho menos tenemos todas las respuestas.
Cuando la vida nos pone pruebas y no sabemos cómo enfrentarlas, regresar a nuestra esencia nos va a permitir juntar todo lo que somos para dar esa batalla y salir airosos.
En este tiempo navideño en el que todo sabe a amor y felicidad es cuando esa ancla más brilla y definitivamente hay que cuidarla, valorarla y tenerla ahí al lado, siempre y con fuerza.
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